[Página 2- Abanico. Página Cultural. Circa 1975]
El impresionista ama las cosas. Ama las expresiones, las luces, las brumas, el aire libre y el humo de trenes en una estación. No necesita esconderse en la historia para sentirse grande . Le basta con mirar a su alrededor.
Los pintores llamados impresionistas -los «pleinairistes»- llegaron a esta conclusión: si la gente lograra mirar lo que nos rodea, si lograra adentrase en el alma de las cosas olvidando las etiquetas y las inhibiciones o incluso la rutina intelectual que mata la espontaneidad de la belleza, entonces estaría en disposición de descubrir que todo es bello: desde un mar imponente que filtra los rayos del sol en caleidoscópica visión, hasta la hierba, pequeño milagro de nervios y matices.
Renoir fue un pintor del optimismo. El amor a la vida, a la salud moral y un eufórico sentido común -ahora tan en entredicho y tan «pasado de moda»- formaron la base de su carácter. De él se ha dicho que es el único gran pintor que nunca ha escogido un motivo triste. Ronoir solía decir:
«Un cuadro debe ser una cosa agradable, hermosa, alegre, revivificante. Ya hay bastantes cosas desagradables en la vida para que nosotros fabriquemos más».
Aunque entre sus obras encontramos numerosos retratos, Renoir fue un gran paisajista. «El camino que ondea entre las altas hierbas», sus paisajes azules, sus {recuerdos} de Argenteuil, nos transmiten espontáneas y maravillosas sensaciones producidas por la luz.
Renoir amó verdaderamente las cosas. Podemos saberlo con sólo mirar su obra.

Inicio y desarrollo: consultando a Morandat.
En 1862, varios jóvenes pintores ingresaron en el taller de Gleyre, que era el maestro de los clásicos de la época. Allí se encontraban Claude Monet, cuyos padres acomodados, habían terminado por ceder a su pasión, y un joven parisiense, Auguste Renoir, que no parecía muy apto para trabajar en el espíritu académico. Había tratado durante las primeras semanas de copiar el modelo de lo más conscientemente posible. Gleyre se contentó con lanzar una mirada a su trabajo y le dijo secamente: «Indudablemente es para divertirse por lo que usted pinta». «Sí, ciertamente», respondió Renoir, «y si eso no me divirtiera puede usted estar seguro que no lo haría».
A los 21 años había reunido bastante dinero para ingresar en la Escuela de Bellas Artes.
El trabajo de Monet, lo mismo que el de Renoir, no tenía mucho éxito cerca de Gleyre. El descontento que había expresado con motivo de sus estudios, contribuyó evidentemente a la amistad que nació rápidamente entre los dos jóvenes.
La compañía de Monet
Cuando se agregó a ellos un joven inglés Alfred Sisley, nacido en Francia pero de padres británicos, formaron un grupo de cuatro compañeros (con Bazille, que ingresó también el mismo año en el taller de Gleyre), que permanecieron al margen de los otros alumnos.
Algunos años más tarde, a comienzos de 1864, Gleyre, amenazado de perder la vista y que tenía grandes dificultades para poder vivir con las cotizaciones de sus alumnos, decidió cerrar su taller y suspender sus enseñanzas. Antes de abandonar la escena, aconsejó sin embargo al grupo de los cuatro que continuaran su trabajo y que progresaran aparte de su dirección.
De esta manera, Bazille, Monet, Renoir y Sisley se encontraron de repente absolutamente independientes, disponiendo de todo su tiempo. En esa época al parecer era Monet el maestro del grupo. Los otros tres, todavía neófitos, constituían en torno a él una esfera de expansión. Convenció a sus compañeros de ir a pintar regularmente al bosque de Fontainebleau para trabajar su técnica. Allí fue donde Renoir encontró un día a Narciso Díaz, «el pintor de Barbizón», que impresionado por ese joven talento, le aportó generosamente -durante varios años- una ayuda material excelente, permitiéndole abastecerse de colores a su cuenta.
Fontainebleau y Argenteuil
Se puede considerar que la primera de sus obras que «pasó la línea» fue el retrato de «Lise á l’Ombrelle», pintado en 1867 en el bosque de Fontainbleau y admitido en el Salón de 1868. Se alejó entonces de la influencia de Courbet, y Renoir desarrolló entonces los dos grandes temas que amaba mucho: la luz y el cuerpo de la mujer.
En Renoir las figuras se funden en las caídas de follaje en una especie de coagulado vegetal casi indistinto. Los personajes pierden toda individualidad, envueltos en matices delicados y reflejos luminosos. Es la impresión de conjunto la que prima. Con este mismo espíritu, Monet y Renoir se encuentran lado a lado en 1873 para componer en las [cercanías] de Argenteuil, ej. «La Mare aux Canards». Todos estos cuadros ejecutados en común llevan el rastro de un trabajo intenso y de una extraordinaria tensión de espíritu.
Estancias renovadas en Argenteuil permiten a Renoir progresar enormemente desde el punto de vista de la [técnica] personal. Son momentos de intensa actividad en medio de una vida [fecunda] y animada, en el espíritu nacido de estos pintores, los descubrimientos se [suscitaron]. La nueva pintura [surgió]. La primera exposición del grupo que Renoir organizó el año 1874, y en la cual él mismo participó (se expusieron once de sus cuadros), lo evidenció ante todos.
Las experiencias personales
Continuando Renoir sus búsquedas sobre la luminosidad de la atmósfera, se dedicó a expresarla en multitud de temas diferentes y a perseguirla en marcos muy diversos. En el teatro: «La Loge» (1874), «La pemiére sortie» (1876); al aire libre: «Le Moulin de la Galette» (1876), «Jeanne Samary» (1877). Finalmente, no temió emprender retratos mundanos, haciendo posar a «Madame Charpantier et ses enfants», la mujer del editor (1878).
En 1880, pasando una temporada en Croissy, comenzó su célebre composición «Le Dejeuner des Canotiers», donde evoca también una vez la vida feliz y sensual que él amaba.
Después de residir en Argelia, emprendió un viaje a Italia, que fue determinante para el porvenir de su obra.
El 1884 marcó su apartamiento de las concepciones impresionistas. Bajo la influencia todavía vibrante del choque sentido en Italia, Renoir emprendió búsquedas que se calificaron de lineales. La forma no tiene ya tendencia a ser absorbida por la luz; al contrario, es descrita por la línea: el contorno se reduce y se hace entonces más preciso.
De nuevo, en 1885 y 1889, hace largas estadías al lado de Cézanne. En 1890 rompe con su estilo reciente y adopta esta vez una superficie oleosa, ágil, nacarada, que será de gran importancia en su obra, y fijará en el espíritu de muchos la imagen misma de Renoir.
Los últimos años
En lo sucesivo, los principales elementos de su estilo están determinados. Varió hasta su muerte los componentes, pero ya no se registran en su obra bruscas o contradictorias transformaciones. En 1891 estuvo de nuevo en el sur de Francia, y al año siguiente en España. En París, Durand-Ruel organizó una importante exposición de sus obras.
Su arte emprende entonces un camino real. Su pincel, ligero y envolvente, acentúa, enriquece las masas y los volúmenes. La paleta final de Renoir es de una gran riqueza, dominada para las carnes por rojos ardientes que tienen todas las pulsaciones de la vida y para los paisajes mediante una armonía azul-verde intensa.
Padeció por primera vez, en 1898, reumatismos agudos, enfermedad, que fue después el calvario de su vida. De 1905 a 1909 su enfermedad se agravó, y decidió establecerse definitivamente en el Midi, en Cagnes, donde compró el terreno de Collettes, en el cual hizo construir su vivienda y su taller.
En 1912, su enfermedad agravó aún más. A pesar de todo, continuó incansablemente su trabajo. Sólo podía trabajar haciendo que le sujetaran los pinceles alrededor de su muñeca. A pesar de su estado de salud, cuidado por médicos competentes, logró realizar una obra importante, que le sitúa entre los más grandes pintores de este rico siglo.
Murió en su villa meridional, en Cagnes, el 3 de diciembre de 1919.
Ilustraciones
- [Claude Renoir Jugando]
- [Autorretrato de A. Renoir, a sus 69 años]